Este había sido un día realmente largo, tanto para Jesús como para sus discípulos, en especial para sus más íntimos. Jesús sentía el agotamiento de haber estado bajo el sol todo el día de conferencias, visitando pueblos, sanando enfermedades o expulsando demonios. Por otra parte, Los discípulos aún intentaban asimilar la parábola del sembrador, la enseñanza sobre el inminente juicio de Dios, la parábola del grano de mostaza y otras parábolas que, a diferencia del pueblo –a quienes Jesús únicamente hablaba con parábolas–, a sus discípulos les explicaba punto por punto durante todo el camino de regreso. ¡Su cerebro les pedía descanso!
Ya de noche, Jesús les indicó que pasaran al otro lado de la orilla. Y despidiendo a la multitud, subió a la barca y partieron junto a otras barcas que los acompañaban. Pero se levantó una gran tempestad, con viento tan fuerte que echaba las olas en la barca, de tal manera que se iba a hundir o virar de cabeza. La escena es de miedo, más de lo que podemos imaginar. No había luz, ¿una vela? ¡imposible con el viento y el agua! Tampoco podían contar con la tenue luz de la luna, había una tormenta en ascenso y la noche estaba realmente oscura. Los discípulos eran pescadores experimentados, así que si pensaban que iban a morir, así iba a ser.
Lo mismo pensaríamos nosotros si viéramos a una experimentada azafata de avión correr asustada por el pasillo y entre nuestros asientos gritando, vamos a morir, vamos a morir... ¿difícil no creerle y entrar en pánico también, verdad? Bueno, esta era la situación en la barca, todos en pánico... menos uno. Atrás de todo, en la popa, como si fuera un objeto inerte, estaba Jesús, totalmente profundo en uno de esos sueños en donde sientes que desapareces del planeta. Tuvieron que despertarlo, es decir, ¡moverlo aún más fuerte que la barca para que reaccionara! A veces me gusta imaginar que Jesús ya estaba despierto y aprovechó la situación para enseñar una clase dinámica.
Le dijeron: Maestro, ¿no te importa que vayamos a morir todos aquí hoy? Y levantándose, detuvo al viento, y dijo al mar –mientras intentaba despertarse del todo– ¡shhhhhhh... tranquilízate! Al instante la tempestad se volvió una brisa suave y el mar recobró la calma de una noche de verano. Seguidamente reunió a sus discípulos y concluyó su lección dinámica con preguntas abiertas: ¿Por qué están así asustados? ¿Cómo no tienen confianza después de todo lo que hoy han visto, oído y aprendido con la explicación extra que les di? ¿Cómo no tienen fe? Entonces se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aún el viento y el mar le obedecen? Si hay algo cierto en nuestra relación personal con Jesús, es que jamás dejará de sorprendernos ni de maravillarnos con sus enseñanzas. Él es el Cristo, mi Salvador.